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Vespertina Star

30.3.06

Relecturas
Es increíble que haya pasado tan poco tiempo entre Prenostalgia y Dejà reçú, y que sin embargo la distancia emocional entre ambos textos sea tan grande.

¿Cómo fue? No lo entiendo. Quiero decir: entiendo perfectamente lo que pasó de este lado de la cancha (el sentimiento tan grande que albergué, la sensación de traición, mi súbita nulificación, el dolor breve, el instante de luz, de pronto se abrió la tierra y se tragó mis certezas a tu respecto), pero lo que queda más allá de mi horizonte eres tú, tus emociones, tus sentimientos, lo que pasó en todo este tiempo dentro de ti.

Me da miedo pensar que imaginé todo. Que esa sensación de complemento espiritual, de igualdad anímica, de mutua confianza, en realidad era sólo una fachada vacía; que en realidad fuimos desconocidos el uno para el otro y que soy la persona más importante del desierto del Sahara, de la Zona del Silencio. Que cuando creí conocerte, en realidad estaba viendo lo que yo deseaba ver y no lo que existía.

Al menos las caras atónitas de aquellos a quienes les he contado lo que nos pasó me hacen saber que no era la única que estaba fuera de balance.

¿Sabes? Te extraño diariamente y ha sido difícil, pero también es cierto que he de vivir con tu hueco el resto de mi vida y lo sabía de antemano. Eso sí no me sorprende. Me sorprende, eso sí, la longitud de las noches y la brevedad de los días. Mi incapacidad para cenar a solas. Me asombra poder pasar dos o tres horas sin pensar en ti y de pronto sentirte como un hueco en el costado, como un “miembro fantasma”.

Quién hubiera dicho que tú serías un fantasma, poco más. La casa nueva es más pequeña, pero tiene un desván razonable. Puedes vivir ahí en lugar de en la cocina, que a partir de ahora se transformará en mi territorio. Sólo te pido que no salgas frecuentemente, el mismo pacto de caballeros que hago con todos mis fantasmas.

Hace 10 días estaba devastada. Hace una semana, resignada. Hace 4 días, enojada. Anteayer, vengativa. Ayer de pronto sopló el aire y agitó mis alas. Es cierto; eran (son) enormes... había olvidado volar por acurrucarme en ese nido que encontramos hecho aparentemente a la medida, ni tuyo ni mío ni exacto a nosotros, pero buen refugio frente al viento. Pero al fin llegó un rayo de luz y por primera vez en años no tengo miedo; casi como cuando te conocí, pero no lo recuerdas.

Me siento bipolar por haber saltado tan pronto de la furia a la resignación y de ahí al tremolo que me tiene pendiente desde hace unas horas. La alegría está cerca de mí ahora, y no la había mirado; qué tonta. Pero creo que puedo empezar a caminar ahora, como si hubiese sobrevivido a un huracán: with a little help of my friends, Lennon said, y ahora resulta que las caídas siempre tienen red, y que alguien encendió una pequeña luz en esta noche y me hace señales para que me acerque. Con prudencia, pero sin temor, me pongo de pie y avanzo hacia esa promesa. Y si esa luz se apaga, seguramente no será la última...

27.3.06

Desde el corazón
MIRADOR, por Armando Fuentes Aguirre (diré que es salido del Reforma, de no sé cuando, que tiene todos los derechos reservados por el respetabilísimo señor, que no le pedí permiso pero que también esta reproducción no tiene afán de lucro y que la tengo que poner aquí porque tiene todo que ver con el cuestionamiento que he tenido que hacerme últimamente)

Jean Cusset, ateo siempre con excepción de la primera vez que estuvo frente a la Catedral de Chartres, dio un nuevo sorbo a su martini y continuó:
—Yo suelo arrepentirme más de lo que he dejado de hacer que de lo que he hecho. A cada pregunta que la vida me hace yo le contesto "Sí". Cada camino que me enseña lo recorro. Remonto cada río y trato de ver qué hay del otro lado de las montañas todas. A veces, claro, me encuentro con el dolor o la amargura. Pero también la amargura y el dolor me sirven para sentir que estoy viviendo.
—Debe ser cosa triste —siguió diciendo Jean Cusset— llegar a la vejez sin nada de qué acordarse, aparte de un largo vacío desolado. Por eso yo nunca digo "No" a la vida. Me doy todo a ella, y todo le pido que me dé. Vivo intensamente: estoy haciendo recuerdos para cuando no pueda hacer yo nada más que recordar.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como siempre.

Desde la furia
Com-padecere: padecer, sentir con. Hasta el full de comprensión, y ya también basta de pedir padecere (sentimiento) donde sólo hay cabeza... La culpa no es lo mismo que la compasión, tampoco. Sí. Las féminas somos complejísimas. Los seres humanos en general. ¿Por qué a mí me dolía ver a tu amante besarse con alguien más a medio metro de ti? ¿Por qué me tocaba el corazón para decirte eso? A ti no te afectaba, ¿cierto? Me lo dijiste. Tal vez eso es lo que me hace una fémina compleja. Me gusta. Creo necesario estar en sintonía con los sentimientos ajenos, ¿te molestaría ver esto escrito? ¿lo verás? No sé, yo necesitaba sacarlo, si te afecta eso no me importa. El planteamiento, te afecte o no, es vindicativo. Y siempre dirás que no te importa, porque lo único que parece que sientes es culpa (y esa ternura extraña que ya no debiera de importarme...)

21.3.06

Ragnatella.


Quise hablar contigo, creyendo que estábamos uno al lado del otro, como siempre, como antes. Cuando abrí la ostra y me puse al descubierto, te hice la advertencia: todo esto surge de mi propia estupidez, de mi inseguridad. No quería comprensión, quería compasión: saber que podías sentir al menos un poco de pena por mi tristeza, que esto no sólo se trataba de dos cabezas juntas sino de un corazón idiota hablándole a otro corazón.

De pronto volteé y te descubrí parado del otro lado de un abismo. Te comprendo perfectamente, pero no puedo saber lo que sientes. Cómo decirte que pocas veces sabemos lo que alguien más siente, pero sentimos el dolor que quienes nos importan tienen dentro. Qué tratamos de rebuscar dentro de todo aquello que hemos sentido alguna vez hasta encontrar un reflejo muy pálido de lo que nos están diciendo que hay en su corazón, y entonces la comprensión (entender desde la cabeza lo que el otro tiene) se vuelve compasión (sentir con él, vibrar con él).

Yo hablaba y hablaba y cada vez me entendías menos. Lo veía en tu cara, lo escuchaba en tus respuestas. Me hubiera reconfortado recibir un abrazo en lugar de palmadas en la cabeza. Creo que al mismo tiempo me hubiera dolido más, por eso no quise pedirlo.

Estoy acostumbrada a jugar el papel de Sancho Panza y no el de Dulcinea. No es eso lo que me terminó de matar (aunque eso fue lo que empezó). Fueron otras tantas cosas... descubrir que aunque nuestras mentes ocuparon el mismo espacio, nuestros corazones vivieron todo de manera tan distinta... Nuestra amistad, uno de mis pilares, para ti es sólo una serie de postes entre los que se cuelgan telarañas de pasado y de futuro. "En dos años sólo hemos vivido telarañas, y de vez en cuando pedazos de esto, lo que estamos haciendo ahora". En cambio, para mí fueron los cimientos de una casa en la que me construí yo, con algunas telarañas en los rincones y fantasmas en los sótanos, pero finalmente un cimiento de algo futuro.

Tu casa vital, en la que te gusta vivir, la que te hace feliz, está construida de telarañas. Te gusta saber que yo seré parte de ellas, que en tus futuras tardes de nostalgia voltearás y extrañarás esto que, como ahora has dicho, es sólo pausas entre telarañas. Soy la persona más importante de un mundo que no existe. Mi madre solía decir en broma: "Eres la honra de un pueblo sin gente"

Y mientras más decíamos, más grande era el abismo. Intentaste construir un puente con un carrete de hilo dental que encontraste de tu lado: dices que eres el mensajero del señor para que yo también haga vida monacal, que tal vez ese es el único mensaje. Te convencías cada vez más de que todo ese dolor era sólo mío (no tenías por que sentir un poco), y te hacía sentir extrañamente bien verme llorar, nunca entendí por qué.

Cuando te conté que tu tristeza me hacía tener ganas de llorar, decidiste dedicarte a precisar los hechos (no, esa noche me dejaste aquí y luego dijimos que...) y no hacer caso de lo verdaderamente importante: tú me conmueves. Yo a ti no.

Me he marchado y todavía no lo entiendes. El disco que te presté ayer es un regalo y no lo sabes. Ese disco de 99 pesos que reune 4 requiems que quisiera escuchar... pero escucharé Dido y Eneas, que me regalaste en febrero, cuando todavía tus telarañas me entretejían sin sentirlo...

Tal vez sacuda la próxima semana, tal vez no. Pero no puedo vivir de telarañas como tú; soy terrena, tangible, de sangre y carne y hueso y espíritu y mente, todo junto, tal como te dije ayer por la noche mientras gritaba a través del acantilado en el que estamos ahora. Y el puente entre tú y yo ya no sería de telarañas... Por qué ahora, cuando todo tiene fecha de caducidad, cuando el tiempo que necesito para sanar puede ser demasiado, cuando cerrar la herida puede significar dejarla abierta para siempre, cuando todo está mal porque estará mejor después.

Nada ocurre a tiempo, todo pasa cuando debe de pasar. Así de simple.

20.3.06

Dejá reçú.

El golpe en la boca del estómago y el baño de agua fría son simultáneos. De pronto, después de un tiempo a solas, nos reencontramos y para variar me observo detenidamente en el espejo: "radiante" sería un adjetivo perfecto para definir mi rostro cuando pienso en volver a verte, por primera vez en algún tiempo.

Te escucho con fruición, con inquietud; deben haber pasado tantas cosas en tu vida como en la mía. Y de pronto escucho las palabras que debí de haber imaginado: en mi ausencia viste a alguien más, consideraste que era una opción viable en tu vida, pero por fortuna vino el destino a demostrarte lo contrario. Así pues, aquí estás de nuevo, jugueteando conmigo, ganándote mi cariño otra vez, buscándome como tu eterna confidente.

La primera vez que me pasó, creí que era el hombre de mi vida. Después de un año juntos, desapareció un mes entero durante el cual sólo respondió con monosílabos a mis mensajes en el messenger. A finales de junio me llamó, me invitó al cine y mientras esperábamos en la fila para entrar me lo contó todo, con la tranquilidad que da sentirse en casa, en terreno conocido.

Mi cuerpo seguía ahí, pero mi cabeza nunca regresó a su lugar y mi autoestima tampoco: no soy lo mejor que ha conocido, simplemente soy lo más conveniente. Soy la certeza de que hay alguien esperando del otro lado de la cuerda, con una sonrisa y un par de oídos siempre dispuestos. Soy una amiga ingeniosa y con sentido del humor. Soy aquella a la que le puedes llamar por teléfono a cualquier hora y siempre verá cómo hacer para que se vean. No soy la mujer de tu vida, soy un encantador juguete al que puedes tirar en cuanto ELLA, la verdadera, la mujer de tus sueños, aparezca. Yo soy simplemente un mientrastanto.

Han pasado los años. Hoy aquél con el que he pasado batallas y carcajadas en los últimos dos años, para quién he aprendido a estar y que sabía que estaría hasta marcharse, ese para el que no podría ser la mujer de su vida porque en su vida "monástica" e intelectual no cabría mujer alguna, me dijo por teléfono que en dos semanas de ausencia por trabajo, él ha empezado a sentirse conmovido por una compañera de trabajo. No llegarán a nada, dijo. Ella tiene pareja y él un plan de vida que incluye volver real su instinto monacal dentro de poco. Pero estuvo muy confundido. "Ve el desastre en que se transforma mi vida si te vas dos semanas. Ya no lo hagas"

Mi cuerpo siguió ahí, pero ahora mis ojos se inundaron de lágrimas. Sigo siendo la misma. Sigo siendo una opción aceptable cuando no hay otra cosa disponible. Yo tiendo a poner mi vida en pausa, pero para Él (siempre será Él, no importa cuantos nombres, cuantos rostros, cuantos comportamientos distintos tenga) la vida sigue y yo soy sólo la parada de servicio, el techo en la tormenta, la mejor opción cuando no hay otra cosa en el menú. Soy la estable y predecible mejor amiga, siempre... Nunca la mujer con la que sueñan.

Siento que Aquél que nos inventó a todos se olvidó de mi igual. Sólo fabricó hombres que no me miran, y otros que cuando me ven parece que observan al Ángel de la Independencia, en un imposible pedestal en el que me niego a estar subida. Duele tanto revivir esa herida, recordar el dolor que me causó tu ausencia, la sensación de imperfección que me dejó aquel rechazo, todas las lágrimas que lloré esa vez y todas las que, gritando, derramé ésta... Yo sola me lastimo, lo sé. Soy yo la que se empeña en amar a quien nunca podrá corresponderme. Soy yo la que cree que el compañerismo, la diversión, la cercanía emocional con alguien son sinónimos de amor... El amor es sólo uno de los múltiples dialectos del deseo.

14.3.06

Postales.
A miles de kilómetros, te escribo sólo para decirte que no te extraño, que nunca pienso en ti, que no me haces falta. ¿Qué pensarás cuando veas mis letras?
Créele al texto, nunca al subtexto.
No hagas semiótica.

2.3.06

Cena a la luz de las velas, parte 2.
Por fin vas a empezar a cocinar. Sólo nos queda media hogaza de pan y más gula que apetito. El contador (nuestra presencia incómoda) está en su rincón de mi casa, pero aprovecha que nos quitamos de la sala para salir por fin de su confinamiento involuntario, y mientras estamos en la cocina sale medianamente furioso del departamento. Nos despedimos de él y cuando sabemos que se fue reímos de nuevo con esa complicidad incomprensible.

Pones el aceite, empiezas a colocar hierbas en el salmón (nunca entenderé cuáles, tu cocina es casi un misterio para mí) y yo exprimo a mano las naranjas; pienso en comprar un exprimidor de fruta pero ahora es demasiado tarde. Además, disfruto el contacto con la fruta en mis manos. Elogias mi única capacidad en la cocina: la de escoger frutas y verduras, porque las naranjas fueron jugosas y dulces. Mientras el salmón se empieza a cocinar, te abrazo y me abrazas. En algún momento mi boca quedará sobre tu cuello, y tardaremos tres segundos en darnos cuenta de que eso no está permitido, es parte de las reglas no escritas de esto. Nos separamos como niños de 10 años, gritando “¡Guácala!” aunque ambos sabemos cuánto disfrutamos el contacto mutuo.

En un santiamén estarán listas las setas salteadas con berenjenas, y el salmón. Tenemos velas prendidas y luz ambiental, bendita contradicción: somos el perfecto lugar común y al mismo tiempo no podríamos estar más lejos. Hay un poco de arroz, también. Lo hicimos sólo para prevenir que algo faltase, aunque en realidad habrá comida para cuatro. La mesa está puesta, llevo los platos hasta la cocina para que tú sirvas todo lo que preparaste, y nos disponemos a cenar.

Todo está perfecto: las berenjenas son una delicia, el salmón no pudo quedar mejor, hemos bebido suficiente tinto como para sentirnos más que cómodos en compañía del otro. Una de esas noches en las que todo ha salido extrañamente bien. Cuando el vino se termina, cada uno se hace para atrás en su silla y nos miramos. “Quisiera invitar a mi consejero, para que sepa lo que estoy dejando atrás” “Podemos hacerlo para tu cumpleaños… yo pongo la casa, tú pones la cocina”.

De fondo sigue el soundtrack. Parece que ha pasado tanto, pero en realidad es un segundo. Disfruto de la cena, de la música, de nuestra plática, de tu compañía... "Si lo que estoy buscando es un hombre con el que pueda tener una plática interesante, durante una deliciosa cena en casa a la luz de las velas, escuchando música rara, ¿por qué estoy saliendo con chavitos que no son capaces de decir claro lo que les gusta y lo que no?" Tú tampoco lo sabes.

Se hace un silencio completamente cómodo. Vemos al infinito y sueltas la frase: “¿sabes hace cuánto que no tenía una cena a la luz de las velas?” No te respondo de inmediato; pienso en la mía, hace tanto tiempo que es inútil recordarla. Estamos aquí, juntos, haciendo la fiesta de las dos soledades. Me sigue pareciendo increíble que la suma de dos huecos haya dado como resultado un todo, algo mucho más que la suma de sus partes, un sentimiento puro que produce un dolor tan intenso y una felicidad casi brillante…

Me la he pasado bien. De pronto caigo en cuenta: en 4 meses sales de mi vida para siempre. Es el día más feliz en mucho tiempo, y tendré que renunciar a él, a ti, a todo. Tendré que reaprender a estar conmigo, no me molesta tanto como el hecho de saber que te has vuelto gran parte de mí. "La conciencia de la felicidad presente nos hace descubrir la esencia de la infelicidad futura" digo mientras muevo la copa de tinto y la observo fijamente. Nos reímos con esa risa amarga, tan característica de nuestra lectura de pensamiento. Brindamos.

Tengo que pararme, voy al baño a soltar las lágrimas que habían puesto mis ojos brillantes. Cuando regrese, tú dirás que fue el alcohol lo que hizo que mi nariz se enrojeciera y yo te daré la razón. En realidad fue la nostalgia adelantada, la certeza de haberte tenido y no al mismo tiempo, y de saber que en unos meses te perderé para siempre (para mejor, ya lo sé, es con lo que me recompongo para alcanzar a salir en el tiempo que hubiera requerido cualquier otra acción).

Regresaré. Platicaremos sobre nuestros afanes, me dirás que nuestra canción no es esa de Van Morrison que escogimos al azar alguna vez en el radio (otro lugar común) sino la que cantan “tu papá” y la canadiense que alucino. “Son una pareja real: él un gordo feo, ella una flaca odiosa... no saben estar juntos, pero tampoco separados, y se dicen te odio todo el tiempo. Esa es nuestra canción”. Reiré, pero sé que al día siguiente voy a terminar buscándola en el internet y que tal vez la memorice sólo para complacerte-molestarte. Bendita ambigüedad la nuestra.

Terminaremos escuchando óperas en el sillón de siempre, ese mueble feo que se ha vuelto el centro de nuestro espacio. No nos besaremos. Nunca lo haremos, toda la vida nos hemos abrazado, mordido los brazos, dado puñetazos: ¿quién necesita besarse? Te besé en sueños una vez... no bastará. Tampoco sobra.

En dos semanas admitirás que soy la persona más importante de tu vida, y por fin cocinaremos juntos (no como siempre, que tu cocinas y yo pongo la mesa). Por ahora no lo sabes. No tenemos idea de que el viernes, antes de entrar al cine, habremos hablado de las verdaderas razones por las cuales nunca fuimos "pareja". Yo todavía no sé que el domingo siguiente estaré furiosa contigo como en los viejos tiempos, por ser pero no poder ser al mismo tiempo. Tampoco sé que el martes volveré a entender todo, a comprender, a resignarme. “El amor verdadero quiere el bien del otro y aprende a renunciar”. Lo recordaré un día antes de que ahuyentemos la sombra que estuvo entre nosotros las últimas semanas.

Y habrá sido un anti 14 de febrero más romántico que muchos... Tan dulce, tan amargo, tan nosotros. Es algo más que atesorar.