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Vespertina Star

14.11.10

Ser invisible.

Después de malacostumbrarme a la visibilidad durante años, descubro las delicias de ser invisible otra vez. Es curioso: si hace unos meses alguien me hubiera preguntado si desearía regresar a esa transparencia que fue mi estado habitual durante largo tiempo, habría sentido pánico. Sin embargo, cuando empezó a ocurrir (de pronto, notar que la gente ya no me miraba en la calle, o estrellarme de pronto con desconocidos que no esperaban que yo estuviera ahí), me di cuenta de que extrañaba la intangibilidad.

Una de las grandes ventajas de mi condición es ser percibida únicamente por los animales. Mi perro, por ejemplo, es perfectamente capaz de verme y saludarme. Pero si tomo su correa y salimos a caminar, los dos nos desvanecemos como la niebla (a menos, claro, que algún otro perro nos distinga y decida hacernos caso). Al ser invisible, recuerdo cómo me gusta estar sola, cuánto disfruto no hablar con otros seres humanos, lo bien que se está con un perro o un gato y un libro.

¿La peor desventaja? Ver cómo mis espacios son repentinamente ocupados, porque como nadie me ve no pueden imaginar que exista. Ya me acostumbraré, es sólo cuestión de tiempo, de espacios cada vez menores, de mimetizarme con mis animales. No habrá mayor problema...