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Vespertina Star

27.7.14

Reichenbach

Für Friedrich. Mit all meiner Liebe tot, und mein lebenden bisweilen Nostalgie.
Hace ya diez años de nuestra historia. Observo, con calma y algo de incredulidad, como poco a poco el tiempo se ha ido llevando todo lo que fuimos para dejar de lleno lo que somos (cada quien en su extremo del mundo, a cuidadosos seis grados de separación). Sin embargo, justo ahora, descubro esta serie de televisión en donde salimos tú y yo con otros nombres.
"No somos pareja" fue nuestra frase favorita durante los primeros seis meses. Yo había abandonado a mis amigos de toda la vida por una carrera, y a mi carrera y los amigos que me quedaban por un trabajo soñado —que tuvo lo suyo de pesadilla. Te descubrí en el rincón de la oficina, ese sujeto brillante y antisocial con el que nadie sabía muy bien qué hacer (excepto discutir las noticias de la mañana). De alguna manera extraña, empezamos a acercarnos. Cuando nos dimos cuenta, ya éramos inseparables: ir a librerías juntos, platicar de cine, de arte, de libros, del mundo. Descubrirnos mutuamente como interlocutores válidos. Todo mundo nos miró cambiar y supuso que éramos pareja: nada más lejos y más cerca de la realidad al mismo tiempo. Tú no sentías nada por mí, yo definitivamente sí; podía hacerlo a un lado. No quería tener contigo una relación física, sino una complicidad infinita. Existiendo eso, ya no hacía falta más.
La gente dejó de decir que éramos novios, pero siguió hablando de nosotros en plural. Siempre. Teníamos un apodo en conjunto, derivado de nuestro trabajo, de la dinámica en la cual no logras imaginar ya a una persona sin la otra. Cuando me mudé a vivir sola, hicimos de mi departamento una madriguera donde cocinar, leer, escuchar música clásica, hablar, dormir… Si no era ahí, era en tu guarida, viendo películas de la Segunda Guerra Mundial y videos de ópera, para "educarme". Siempre me ha gustado eso: encontrar gente que me guíe en sus pasiones, que me enseñe cosas. No importó nunca que yo fuera mayor que tú, era muy fácil ver que, aunque yo te llevara seis años, tú eras quien guiaba. Yo siempre lo supe.
Podías ser brutal para decir las cosas. Tu inteligencia carecía de filtros sociales, y era parte de tu "extraño encanto". También lo era tu tendencia hacia el "dandismo hippie" y tu obsesión con muchas cosas, a pesar de la aparente ignorancia que tenías en otras áreas, que te parecían menos importantes. Sin embargo, entre nosotros dos había un pacto de alguna especie, imposible de llamar "amor" en términos modernos, pero que los griegos conocían perfectamente. Philia. El amor de las ideas, de las experiencias trascendentes. También ágape, esa variante que te hacía esperarme hasta las tres o cuatro de la mañana cuando el trabajo me atrapaba, mientras leías poesía en voz alta —como quien toca el violín, para distraerse y distraer al otro de su sufrimiento—, esa que me hacía llevarte hasta el otro extremo de la ciudad, dejarte en casa y luego manejar de regreso hasta la de mis padres, a 25 kilómetros de distancia. Nunca eros: cualquier momento en el que el contacto físico entre nosotros dos se hacía más íntimo, huíamos. Y sin embargo, nos golpeábamos a veces, o nos mordíamos, o nos pellizcábamos, como niños. Sólo éramos incapaces de intimidad física, pero el contacto era indispensable para expresar las otras dos maneras de sentirnos.
Crecimos juntos. Cambiamos juntos. Todo mundo lo notaba, sólo algunos lo decían. Parecía que estar conmigo te volvía más "humano"; estar contigo de pronto subía el CI de toda la habitación. Tu habitual silencio huraño en la oficina se transformó en una extraña presencia dispuesta a conversar con cualquiera que estuviera dispuesto a oír de tus obsesiones. A disfrutar de tu sentido del humor retorcido, algo inglés. Juntos éramos una especie de Monthy Python Flying Circus portátil: tú John Cleese, yo definitivamente algo entre Terry Jones y Michael Palin. "El show de Vespertina y Friedrich", le decían algunos.
De pronto, las cosas empezaron a cambiar de más. Una obsesión tuya se acentúo, te hizo buscar respuestas del lado espiritual. Acabamos teniendo un countdown, la sensación terrible de que te irías pronto y todo esto, esta vida completa que habíamos disfrutado durante un par de años (tal vez menos), se iría junto contigo. Que no había manera de que se conservara. Tuvimos instantes inexplicables. Una cena a la luz de las velas para despedirnos. La confesión final de que no había manera de que esto hubiera sido de otro modo. Y luego, yo tuve que irme porque el deber llamaba. Enviando mensajes a lo largo de cinco ciudades para mantener el contacto, con la esperanza de que eso nos abriera una ventana, una posible conexión futura. Pero regresé sólo para vernos estallar en mil pedazos.
Tenías una novia. Eros, philia, ágape. Y de cualquier manera, te irías en poco tiempo. Todo esto, escuchándote hablar por teléfono; incredulidad absoluta. Hicimos una cita para vernos. Ni siquiera recuerdo si hicimos algo distinto a llegar a tu casa en mi auto. Ahí me vi caer. Ahí te escuché decirme cosas que no debieron de ser dichas. Esa historia vieja ya ha sido contada en otros momentos, en este mismo lugar. No fue desde un sexto piso: fue caer kilómetros, sentirme agitar las manos en el vacío mientras caía en un vórtice que me tragaba. Reichenbach.
Nunca volvimos a vernos. Nos contactamos muy poco tiempo después de eso, en una especie de "cierre necesario". Como hablar con la tumba de alguien. No había más que decir. Watson & Holmes were no more. Rehicimos nuestras vidas. Algunas de las cosas que compartimos se mantuvieron en mi vida (como la ópera). Otras no, son demasiado dolorosas (como la cocina). Los amigos y conocidos en común en algún momento fueron tomando rumbos propios. Seis grados de separación. Y otra serie inglesa. Hace mucho que no duele, y sin embargo, este blog es un bastón. Siempre lo fue.