Atonia.
He aprendido a no dejar que las ilusiones me dominen. Ya lo ves. He de agradecerte haberme vuelto más mujer al mismo tiempo que maldigo la pérdida de mi inocencia. Y es que después de amarte he aprendido a ya no ser ni feliz ni desdichada, a vivir en esa dorada medianía en donde ya no existen las pasiones intensas ni los altibajos. Ya no hay calor, es cierto, pero has dejado de dolerme cada madrugada, y no despierto más con el fantasma de tu boca en el centro de mi espalda.
Para dejarte hube de renunciar al gozo, al infinito, a la emoción, al amor sin reservas: ese fue el precio para arrancar de mí el dolor, la angustia, la nostalgia. Y tu ausencia.
Ya no siento nada, y he descubierto que eso es bueno.
Ni dolor, ni miedo, ni agonía. Ni pasión, ni anhelo, ni deseo.
No soy más un ser humano, pero no importa. Lo importante era sanar de ti, y lo logré aún a costa de mis sentimientos.
Para dejarte hube de renunciar al gozo, al infinito, a la emoción, al amor sin reservas: ese fue el precio para arrancar de mí el dolor, la angustia, la nostalgia. Y tu ausencia.
Ya no siento nada, y he descubierto que eso es bueno.
Ni dolor, ni miedo, ni agonía. Ni pasión, ni anhelo, ni deseo.
No soy más un ser humano, pero no importa. Lo importante era sanar de ti, y lo logré aún a costa de mis sentimientos.