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Vespertina Star

11.1.24

Unknown / Nth

 No, no es estar sola. Ni son los espacios vacíos que antes fueron espacios comunes. 

Sé valerme por mi misma con fluidez y prestancia, me caigo bien en general. De entre mis fracasos relacionales anteriores y mi feroz independencia adulta ha salido una persona que disfruta mucho su tiempo a solas, y que no le tiene miedo a ir sin +1 a lugares: cine, restaurantes, fiestas, bares.

Lo que realmente dolió y me ha llevado al menos tres cuartas partes de un año procesar es la sensación de haberle dedicado tanto tiempo a alguien que al final se volvió un desconocido. Hacer espacio, durante dieciocho meses, para que una persona que superficialmente había sido siempre un espacio de amabilidad se transformara poco a poco en alguien en quien depositar mis lados buenos; alguien con quien caminar la vida.

No fueron las banderas rojas, tampoco. Creo que no hubo ninguna en específico. Recorrer la distancia necesaria para conocernos más, conocernos realmente. Eso fue lo que nos rompió. Lo que duele es saber que al conocerme más, te diste cuenta de que en realidad no me querías. El daño estuvo en darme cuenta de que eras una persona a la que no debí de haber conocido mejor. 

Porque sí, hay personas que son mucho mejores cuando nos son más desconocidas. Tú y yo fuimos eso el uno para el otro.

Lo realmente difícil, ahora, es asumir el riesgo de volver a hacer eso, con otras personas igual o más desconocidas. Por enésima vez.

12.11.23

Piel de serpiente

Hoy no puedo dejar de pensar en todas esas cosas que fui y que ya no soy. Cada una de esas capas que caen de mi piel son también personas que han ido dejando de estar, lugares que ya no visito, actividades que no sabría como emprender si lo intentara nuevamente.

Dejé de ser la superheroína que era capaz de todo, la defensora de las causas perdidas, la diva intelectual que escribiría novelas, la suspirante chic. Tampoco soy la rocker en eterna rebeldía, la actriz en ciernes, la futura exitosa ejecutiva, la amante y solidaria esposa del sufrido salvador de la patria. Todos esos personajes tuvieron su escenario y su reparto, un momento definido, una historia propia. Cuando miro hacia atrás descubro que en cada espacio y cada tiempo se han ido, uno después del otro, dejando recuerdos e ideas tras de sí.

A veces me da por extrañar esos segmentos que han ido desprendiéndose de mí: las conversaciones con vino o con cervezas, las noches en vela, los conciertos intempestivos de entre semana; la vida aparentemente resuelta, la certeza de otro cuerpo tibio que haga contrapeso en el colchón, la seguridad de que hay alguien más que le dará de comer a los perros en común, los chistes privados y las fiestas garantizadas, las personas comunes, alguien que puede ir a pagar algo y que si todo sale mal siempre podrá complementar el ingreso. Los sábados que empezaban en la universidad y terminaban el domingo a mediodía saliendo de un restaurante al que probablemente mi padre iba de joven.

Pero también observo mis escamas nuevas, brillantes, cada vez más oscuras. Miro a las personas que he reunido a mi alrededor en esos cinco años de esta nueva encarnación. Me descubro serpenteando en esas rutas pequeñas y que todavía parecen frágiles, pero ya no rutas cerradas. He visto como poco a poco vuelvo a sanar de todas esas cosas que en algún momento fueron grandes lesiones, y que aún tienen tendencia a agrietarse y sangrar, pero cada vez menos, y cada vez con menor frecuencia. 

Creí por años que era un bonzo, un fénix que hace arder todo a su alrededor. Ahora prefiero pensar en que soy una serpiente que cambia de piel cada que la anterior le queda demasiado chica.

12.7.23

Algunas cosas que decir.

La primera cosa que decir es que creo que me enamoré mucho antes que tú. Si fuera más joven y estuviera más enojada conmigo, diría que es porque tengo el corazón tarado, pero a estas alturas ya más bien puedo admitir que tengo una extraña y asombrosa capacidad para ver lo amable (aquello suceptible de ser amado) en la gente que me importa. Y, sin pensarlo, me empezaste a importar. Recuerdo algún momento en el que me sentí cómoda para recargarme en ti, cuando a lo largo de los años habíamos sido gente que no se saludaba ni de mano ni de beso. Ahí supe que ya se había roto un sello.

La segunda cosa que decir es que sé que en otras circunstancias (tuyas, mías) probablemente esto no habría ocurrido. Sin los cambios que estabas atravesando, sin mi año y medio de ver a casi nadie, no habrían pasado nuestras salidas cada mes-cada quince días-cada semana, que abrieron campo para hablar sobre de todas esas zonas de la historia personal que dos amigos-del-trabajo graduados a amigos-a-veces nunca habrían platicado.

La tercera cosa que decir es que, aunque siempre supe que no éramos un para siempre, aprendí a sentirme tan cómoda contigo que casi lo olvidé. Creo que me dejé llevar cuando fuste el primero de nosotros dos en decir "te amo"; porque confié en que de alguna forma sería cierto eso de que el amor es una construcción continua. Y me dejé estar durante un año y medio, en ese espacio intermedio que fue nuestra relación, sin que hubiera en realidad ninguna otra manera de permanecer.

La última cosa que diré es que, bien que mal, estar en una relación de largo plazo contigo fue un poco como lo que imaginaría de vivir en un hotel: permanecer demasiado tiempo en un espacio que en teoría ocurriría solo de paso, pero encontrarse de pronto acomodándose con todos los extraños elementos que no lo dejan ser ni una casa ni un departamento, solo porque hay cosas que lo vuelven cómodo, conveniente, estable. Pero un hotel, por tranquilo y seguro que sea, nunca será un lugar para vivir. Gracias por obligarme a hacer el check out y regresarme mi vida, mi libertad, la posibilidad de seguir explorando quién soy y cómo soy y hasta dónde llegan estas partes mías que sé que existen pero que no habían tenido espacio. Tener el espacio y el tiempo para reposar me ayudó a hacerlas crecer, hasta que te resultaron ajenas y ya no cabíamos en este sitio. Ahora son más yo que aquella que habitó contigo ese tiempo sin verdadero espacio, ese no-lugar que fue nuestra relación.

17.10.20

Territorios ajenos

Sinceramente espero que la vida te vaya bien y que tengas el tipo de felicidad que deseas (esa que no es la mía, ahora lo sé). Y también que, en medio de esa felicidad, de pronto veas el lunar de tu dedo meñique y sepas, siempre, que esa marca en tu piel es mía. Y que te venga una punzada de incomodidad cuando lo recuerdes y sepas que los relojes nunca marchan hacia atrás. Que tienes una brizna del aliento de algo muy grande que tocó tu vida y se fue, y solo dejó ese rastro... que, de cualquier manera, ya estaba ahí.

10.3.20

The Story of the Dracorabbit and the Weregoose

(Historia de un enamoramiento y una ruptura, a varias voces internas)

Dice Dragonejo: Pasé mes y medio colgada de su brazo, radiante, ensimismada, segura de mí misma, dispuesta a mucho (que no a todo).

Si le preguntamos a mi yo hiper-racional y vigilante, Panóptico, dirá que siempre supo que no estábamos destinados a durar: demasiado diferentes, muy recién transformados, otra vez esa dinámica en donde él viene de un entorno bien diferente al mío y me mira como si él no fuera un animal mitológico. Lo que pasa ahora es, apenas, lo que me merezco por ser una relación de rebote, un rebound. Que me merezco el dolor, el silencio, haber sido extirpada de su vida y perder mi magia para siempre por no darle lo que él quería, cuándo y cómo él quería. Que fui yo la primera en saltar por la proa, y luego querer un salvavidas.

Si le preguntamos al Observador, el guardián de mi cordura, me dirá que al contrario: que hubo un momento en el que realmente estuvimos into each other. Que esas semanas de primeras salidas, de conversaciones largas y creativas, de "sí" que ocurrían sin pensarlo demasiado (sí, vamos por café; sí, vamos a comer ramen; sí, pasemos toda la tarde en el sofá tomándonos las manos y los brazos y las piernas y los labios; sí, it is happening; sí, vamos a un concierto, a un estreno de cine, pasemos Año Nuevo juntos, vamos a la boda de tus amigos), de complicidades en común, llamadas telefónicas largas (diosas, ¡cómo extrañaba las conversaciones largas con alguien que además me dijera "te amo"!) contaban una historia con posibilidades y deseos. Que ensamblar muebles como último placer físico y mental compartido no fue una mala cosa. Que cuando compartimos cama por primera vez, había un acuerdo mutuo que nos hacía desear que esas horas no terminaran. Que cuando me dio serenata en mi cumpleaños no solo mis ojos brillaban. Que cuando compartimos cama por última vez, las dos horas de conversación y carcajadas no las inventé solo yo.

Si le preguntamos a Deseante, esa parte de mí que no siempre está viva y que desde hace semanas no logro silenciar, dirá que nuestros cuerpos se encontraban con muchísima más facilidad que cualquier otro de los cuerpos con los que nos hemos encontrado en 15 años (con la excepción mágica y maravillosa de La Poeta). Que su piel y mi piel hablaban el mismo lenguaje, y que era tan simple perdernos en el otro por horas... Que esa sensación de ser su Diosa Dragón, de sus labios besando mi muslo izquierdo después de desayunar, la seguridad que había en sentirme acunada por sus brazos y en dormir abrazándolo por la espalda son cosas que tengo miedo de no volver a sentir nunca. Que extraño los lunares que reclamé como míos (especialmente el de el dedo, esa falange larga, ese lunar minúsculo), sus hombros, sus cicatrices, hasta las cosas de su físico que nunca me encantaron. Que regalaría meses de vida con tal de volver a pasar fines de semana enteros encerrados en una habitación, sin pararnos de la cama, sin hambre, sin sueño, sexo con risas y caricias y masajes y abrazos al desnudo, garras y alas, escamas y plumas.

Si Observador vuelve a tomar la palabra, dirá que esas nostalgias son inevitables. Que las sentíamos desde que, al pasar mes y medio, él dejó de tener el "sí" tan fácil. Que se volvió más retraído y silencioso. Que de pronto ya no tenía tantas ganas o energía para verme. Que se hizo fácil pasar los fines de semana aparte, no hablar entre semana, dejar de recibir mensajes. Que el cuerpo empezó a doler también (al principio simbólicamente, de manera casi coincidente con el dolor real) y que la piel se estremecía al imaginarlo pero que luego no encontraba cómo afrontar su ausencia. Que era notorio que él ya estaba cada vez más lejos. Y que por eso fue que, después de mucho darle vueltas, decidió decirle por mensaje de voz lo que no teníamos para cuándo decirle en persona.

Ahora toma la palabra La Niña. No para de llorar. Dice que intentó decirlo de manera ordenada, que trató en todo momento de ser racional, consciente, encantadora, responsable de sí misma, comprensiva... Pero que en el maldito momento de empezar a grabar ya no se pudo controlar, y la ansiedad corrió, y no estaba muy segura de haber dicho lo que quería decirle. Y que empezó a sentirse mal cuando él respondió. Y que entonces, lo único que podía calmarla era escribir, y entonces invirtió un día entero en escribir una carta, para asegurarse de que todo lo que tenía por decir estaba claro. Que siempre hace eso: escribir para asegurarse de que los demás pueden ver con claridad su versión de la claridad, porque verba volant, scripta manent. La Niña aprendió latinajos hace 30 años y todavía los usa con soltura, aunque le dé vergüenza y le de miedo que la traten de snob. También sabe de dónde viene la palabra snob.

Y Tripulante (una parte relativamente reciente, sorpresivamente vocal, inesperadamente femenina) le acaricia los cabellos y le acerca un pañuelo desechable, y le dice que sí, que por eso ella se aseguró de entregar esa carta, devolver la sudadera, y entregar los dulces que La Niña ya tenía apartados para él. Fue el día de la primera cita médica, de las que le cambiarían la vida. Y también trata de explicarle que no hizo nada mal, que él ya admitió que no le dolió tanto (porque el dolor de su ex todavía es protagónico en su vida, a diferencia de la de Dragonejo), al contrario, sintió alivio de que la historia del Dragonejo y el GansoLobo hubiera llegado a su fin.

"¡Era una pausa!" llora, de nuevo, La Niña.

Tripulante tiene que secarle de nuevo la carita empapada, mientras le dice que sí, que ella intentó ir y explicarlo. Que en uno de esos días llenos de dolor físico y cansancio mental, le pidió al GansoLobo que apareciera: lo invocó. Porque sabía que La Niña lo necesitaba, Deseante anhelaba reconciliarse con el vehículo de placer que había sido este cuerpo que ahora era partes rotas, Panóptico estaba agotado de tratar de mantener en marcha la vida laboral y personal mientras que el cuerpo que habitaban no paraba de gritar. Y Tripulante sabía lo que quería: quería, con toda su alma, no seguir atravesando eso, que parecía el infierno pero no lo era, en soledad. Quería darle una alegría (nimia o no) a Dragonejo. Todas sus partes parecían estar en acuerdo de que la magia del GansoLobo podría lograrlo.

Vuelve a hablar Dragonejo: no pasó. Nuestros cuerpos estaban ahí, y Deseante deseaba, y La Niña miraba ilusionada y se acurrucaba en sus brazos, y por esa noche, agotado, Panóptico durmió. El Observador y Tripulante velaban. El Observador escuchó como llamaron "astuta" a Tripulante, aparentemente, por saber muy bien lo que quería. Anotó en secreto la implicación negativa de la palabra. Tripulante estuvo ahí para dialogar, disfrutar el momento, sentirse aliviada de ser y estar en ella misma, y mirarse a través de los ojos del GansoLobo. Él, de momento, estaba ahí, pero también respondió con un "veremos" a la solución de compromiso que Tripulante llevaba preparada. Mi cuerpo dolía como si las orillas estuvieran afiladas, así que Deseante tuvo que retirarse a seguir mordiéndose los labios y las ganas. Y en vez de descansar, me desvelé. Y en vez de recibir una respuesta, salí con cuatrocientas fotografías y mil preguntas.

Habla El Destino: yo no existo. Igual les hice encontrarse una semana después. Dragonejo vio a quien fuera GansoLobo en las noches de luna, primero de lejos, en medio de una multitud, y Deseante y La Niña fueron hacia él como un imán al hierro, y Tripulante las dejó decidir, en busca de respuestas. Aparentemente, ya no quedaba nada del último esfuerzo mágico hecho la última vez. La invocación no volvería a funcionar jamás. No quedaba suficiente energía en Dragonejo, no había ya ni un dejo de lo que hubo alguna vez en quien ahora solo era un Ganso, que miraba a nuestro animal mitológico, imposible, con infinita piedad y sin gota de reconocimiento.

Cierra Tripulante: habría querido ser fuerte y no llamarle más, pero el cuerpo de Dragonejo colapsaba. La Niña, llorando siempre, dijo que el GansoLobo juró estar ahí siempre, siempre, para ellas. Y aunque yo sabía que eso ya tenía más de mito que de verdad, la necesidad de la poción hizo que tuviéramos que probar si eso era cierto, si algo en la memoria del Ganso funcionaba. Y funcionó, como un último recuerdo vago, como el canto de cisne del corazón de un Ganso que en un momento supo ser un Lobo y luego encontró la cura para dejar de serlo. No lo hizo ni por amor ni por nostalgia: lo hizo porque era lo correcto. Y desapareció de nuevo entre las sombras.

27.1.20

Draco Amor

Estoy tratando de entender si el amor bonito también está hecho para los dragones, o sí estamos condenados a hacer arder todo a nuestro alrededor.

26.11.19

Error de código

Darme cuenta de una zona que falla en mi programación central, de líneas de código emocional que alguien programó, que hacen que en la zona donde se procesa el amor también se encuentre el germen del virus que no he podido eliminar, ese que me hace sentir perpetuamente inadecuada, con un desplazamiento de +/- 2º , nunca en el punto exacto, siempre intentando atinar, ser esa, la correcta para que él o ella decida quedarse, siempre un poco demasiado o demasiado poco, a escasos milímetros, en un eterno "ya merito" emocional.

30.8.16

Reset

Guardé 10 años de luto, de tristeza, de nostalgia, por nosotros. Ni que decir: soy de procesos imposiblemente lentos, de emociones que no siempre entiendo cómo procesar o por qué.
Después de tantos años, y de haber tenido un asimétrico encuentro accidental hace poco más de un año, la serendipia dijo que era tiempo de ponernos en orden y despejar el humo, a sabiendas de que, por lo que a ti respecta, ese humo era una nube que solamente me rodeaba a mí. Eres un caballero, pese a todo, y honrarías ese acuerdo hasta la muerte; ya era justo que yo cerrara esa cortina, bajara ese telón o volviera a abrir la puerta.
Nos perdoné a los dos: por jóvenes, por torpes, por orgullosos. A mí, por ilusa. A ti por tu falta de tacto. De pronto ya somos de nuevo solamente dos personas en un universo interconectado por minúsculas hebras, por algunas conversaciones, por una historia en común que, a partir de este momento, está cerrada en el mejor sentido: "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". Quienes somos ahora –conocidos de hace tiempo con humor e historias muy viejas en común–, se reconocen, tocan el ala de sus respectivos sombreros al pasar. Ya no hay más que pedirle a esta línea de tiempo. Abramos una nueva.

27.9.15

Abrazos postergados

Noche de viernes con amigas y cerveza. Platicamos acerca de nuestras historias antiguas, acerca de los amores que nos destrozaron. De esas historias que nos sangraron el alma de un modo o de otro. Hablo del Histórico Nefasto, pero hago una nota: con él desaprendí todo lo que había aprendido sobre mi propio valor, sobre ser amada, sobre merecerlo todo; aquello que me había tomado 4 años aprender de la mano de mi primer novio, Lucas. Ese novio alto y guapo, con una sonrisa encantadora y cejas muy pobladas, el que quería una mujer que no era yo y la merecía de todo corazón… Y por eso lo dejé marcharse.
Hacía años que no hablaba de él en términos obsequiosos. En esa reunión, sin embargo, conté lo mucho que él me había dado simplemente con amarme a su manera. Mi autoestima de tapete se elevó suficiente como para aprender a verme, al menos, a través de los ojos de alguien que me quería (aunque yo no fuera ni remotamente lo que él necesitaba). De ahí a quererme a mí misma por quien soy, a verme como soy… Es un largo trecho, que aún no se acaba.
Me sorprendió la madrugada con un sueño:
Iba en el auto con R. Platicaba animadamente de lo mucho que disfrutaba visitar iglesias (cierto a medias en la vida real), y de cómo ese entretenimiento había quedado interrumpido por su pavor ante los santos sangrantes. Él se reía, y como disculpa me llevaba a una iglesia cercana: una parroquia pequeña, oscura, nada notable. Nos sentábamos al fondo, del lado derecho. En el lado izquierdo de la iglesia, de pie, estaba Lucas. Sin explicarle nada a R., me paraba corriendo a saludarlo, con una alegría infinita. Mi pecho se sentía tibio, estaba realmente feliz de verlo. Y él, extrañamente, también. Nos dábamos un abrazo largo, de esos que son ampliamente deseados de ambos lados. Sentirme confortada por los latidos de su corazón es algo que ya no recordaba recordar pero que vivo buscando (y no sabía). Al lado estaba sentado su papá, a quien también saludaba con muchísimo gusto (aunque me decía que estaba "de la fregada"). A su mamá la sustituí, porque nunca nos quisimos bien y no íbamos a empezar en sueños. Ni siquiera presenté a Lucas con R., ni a R. con Lucas; y yo sabía que su esposa estaba por ahí, pero él no nos presentaba, tampoco. Era como un momento de gratitud que sólo servía para nosotros. Una despedida mucho más digna que la real.
Bastó con eso antes de despertar con una sonrisa y la sensación reconfortante de sus brazos y el nido que creaba en su pecho para mí; de pronto, un sábado cualquiera, amanecer rodeada de un amor que ya no existe…
De pronto recuerdo las categorías que hicimos: el que más me ha amado, el que más he deseado, el que más me ha dañado, del que más he aprendido, el amor de mi vida, el hombre con el que me casé. Descubrimos que, en muchos casos, cada uno de estos es un hombre distinto. En mi caso, Lucas es el que más me ha amado. El Histórico Nefasto es el que más he deseado y el que más me dañó. No quiero imaginar qué categorías cubro para Lucas. Espero, sobre todo, no haber sido la que más lo dañó. Con lo demás podría vivir, pero no con el dolor de ser el monstruo mítico de quien me dio tanto cariño mal encausado junto…

21.7.15

Ein anderes Ende


—¡De verdad que no entiendes nada! Ojalá fuese tan sencillo... ¿Realmente crees que me arrepiento de haberme casado con Pietro Aurelio, que fue un marido amoroso, fiel, responsable y cuerdo? —las puñaladas fueron certeras y brutales, pues enseguida provocaron llanto—. ¡Qué bueno que, por una vez en la vida, le hice caso a mi cabeza y no a mi corazón! Sería yo completamente infeliz. Y, de todas formas, mi corazón aquí está, desgarrado e insatisfecho como siempre, saltándome en el pecho al verte...
Kein Name,  Novela inédita de FvH.

Friedrich nunca supo que Norma lo vio una vez más después de aquella noche, y antes del declive mental de él, que se cumplió puntualmente con el paso de los años y el cansancio, siguiendo la pauta genética trazada por su madre. Fue en una estación de tren, de lejos. Él había caído de la gracia del Reich por alguna razón (Norma se había enterado, y estaba secretamente feliz de ver a su examigo lejos de aquella fauna de subnormales aquejados por el bicho de la superioridad), y al final Von Reit se había ido también, a dejarse la piel en la Legión Extranjera, atormentado por sus propios demonios. El final lóbrego que el Conde siempre anheló para sí se había transformado, al final, en una caricatura fársica. En la realidad, había terminado por refugiarse en las letras, y se había vuelta catedrático de una oscura universidad, donde se había concentrado en la Filosofía con el mismo ardor con que en algún momento cultivó las artes y después la búsqueda de poder. Perdió varios hijos en la Guerra. Stanzie le había contado todo aquello en las múltiples cartas que ambas se escribían. Ella sería la heredera de su padre en todos los sentidos: material e intelectual.
En la carta más reciente, le había comentado que su padre estaba de viaje por Italia. Norma le pidió que no le dijera más, ni le diera más noticias: la relación de ambas era independiente de las múltiples rupturas que ella y Friedrich tuvieron aquella noche, y que los dos habían sido suficientemente orgullosos (o conscientes, sabrá Di-s) para no reparar. Ella sabía que él cumpliría su palabra de no buscarla nunca más, y ella correspondería de igual manera hasta su muerte. 
No saber las fechas de la estancia en ciudades italianas de quien fuera su amigo terminó llevándola al mismo andén, en Porta Nuova. Ella regresaba de visitar a algunos parientes desperdigados; él… no había manera de saberlo. Estaba parado en el andén, reclinado con cierta indolencia en una de las columnas, leyendo con intensidad; alternaba la mano entre sostener el bastón que ahora llevaba como muestra de su edad y de que la Guerra tampoco lo había perdonado, y tomar la pluma fuente que le manchaba la bolsa del saco (y seguramente los dedos, como cuando era joven). Norma lo reconoció precisamente por eso: porque poca gente puede leer con fiereza, casi con salvajismo, conservando al mismo tiempo el aire de quien fue un dandy en otra era, y después fue militar y luego ya no supo qué más ser.
Él estaba tan concentrado en el texto (a la distancia y con sus crecientes problemas de vista ella no pudo saber de qué se trataba), que no la notó nunca. Ella tuvo diez, quince minutos para observarlo con cuidado. Seguía teniendo una mirada intensa, aunque ahora parecía permanentemente torva. Las lineas crueles del rostro estaban cambiando por un dejo amargo, decepcionado. La ropa denotaba su deseo de no darse a notar más. Sus manos seguían teniendo dedos largos y frágiles, "de pianista o de artista", como solía decirle ella.
La edad no había perdonado su cuerpo, tampoco. El cabello le escaseaba, lo poco que quedaba ya tenía abundantes canas, y estaba despeinado, como sólo puede ocurrirle a los hombres mayores que viven solos. Su cuerpo se había encogido visualmente: ya no tenía la presencia marcial de aquella última vez, ni la galantería del dandy joven con el que recorriera Venecia y los mejores teatros de Europa de punta a punta. Ahora era la estampa de un viejo profesor de hombros caídos, que hacía anotaciones furiosas mientras mascullaba esperando un tren.
¿Qué la mantuvo ahí hasta que su tren estuvo a punto de partir sin ella? La forma en la que su corazón saltó de gozo al verlo. Darse cuenta de que, pese a todo el daño causado por ese último encuentro en persona, el tiempo y la distancia habían hecho su trabajo. Se halló, de pronto, extrañando tener conversaciones con ese filósofo furibundo y agotado; deseando hablar de libros y arte con él una vez más. Sin embargo, era consciente de que aquellos que habían sido ya no existían más: ni él era aquel hombre impresionante, ni ella era la belleza intelectual de su juventud. Habían envejecido, cada cual por su lado, hasta encontrar el tipo de paz que la vida les regaló (o se procuraron, prefería pensar ella). 
Lanzaron la última llamada. Caminó a paso veloz, apoyada en su bastón de empuñadura de marfil, con rumbo al tren, dejándolo atrás. Desde la ventanilla del tren alcanzó a lanzarle una última mirada. "Adiós, mi queridísimo Graf. Adiós para siempre. Gracias por aquellos momentos de felicidad infinita que creamos juntos. Que lo que te resta de vida sea buena contigo. Vayámonos en paz". Musitó eso como una plegaria, mientras el tren aceleraba y ella le lanzaba una última sonrisa que no sería vista por él nunca, nunca más.
Pasarían años antes de que Constanze le notificara de la irremediable pérdida de lucidez de su padre, y de que ella decidiera visitar de nuevo la mansión sombría, mucho más por su "sobrina" que por él o por ella. Después de ese último vistazo casual, no hacía falta mucho más. Había dejado ir el amor y la enorme gratitud por su querido amigo junto con los rencores del detestable y arrogante militar nazi en el que se transformó. A ella misma, pensó entonces, no le quedaban muchos más años de vida en esta tierra. Había amado, había sido intensamente amada, había compartido lo que tenía que compartir. Dejaba un mundo mucho mejor y con más esperanza que aquel en el que había vivido. Esperaba que él, en alguna zona de esa demencia sin fondo, pudiera tener esa misma certeza, y que hubiera logrado reconciliarse, antes que con cualquiera, consigo mismo.