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Vespertina Star

31.8.06

Luz de bengala.

A ti nunca te dediqué una carta de despedida; sólo esos cuentos iracundos, la reclamación airada de tu confusión (¿acaso no me conocías? Después yo sola me respondí: no, sólo me leías). Breve, intenso, deslumbrante, avasallador y finalmente nada, como una bengala navideña. Extraño a veces leerte, tu ingenio, lo que opinarías de la Galleta, de mis proyectos, de mis visitas al psicólogo. Sigo leyendo al Capitán Alatriste, me gustaría platicarte de mis libros, ir a librerías juntos y hablar de lo que vemos. Pero nunca pudimos platicar, ¿cierto?

Es en esos momentos cuando recuerdo los interrogatorios, los malentendidos, los sobreentendidos. A veces creías entenderme mejor de lo que yo me comprendía, y eso era extravagante, sorprendente, doloroso y a menudo erróneo. Gracias a las tres estocadas que colocaste me replanteé muchas cosas, viniste en el momento justo para provocar una crisis, la detonaste y te fuiste.

Cómo me gustaría haber sabido ser amigos. No haber jugado a nada más que eso, que ni tú trataras de leerme a través de mis textos ni que yo pretendiera explicarte todo aquello que ni yo entendía. Habría sido tan bueno que no hubiésemos presionado al tiempo y al destino... después de esperar 3 años para ese único café, bien pudimos habernos dado tiempo para conocernos. No pasó.

Estoy orgullosa de que no haya pasado. Rechazarte de momento fue saber cerrarle la puerta a una circunstancia en la que el instinto decía no, las hormonas decían sí y el corazón decía quién sabe. Sólo quería tiempo para acomodarme, pero tu reacción (explosiva, inesperada, arrolladora, finalmente un portazo que entreabrió la puerta) me hizo comprender que era más sano hacerme a un lado.

Me gusta pensar que eres mi error más absurdo. Es divertido. Tal vez cuando tú sí seas un intelectual reconocido y yo una profesora de una materia irrelevante que no publica ni en un blog, podré decirle a mis alumnos que te conocí. Que nos topamos y nos ahuyentamos mutuamente. Que te dejé ir, y les inventaré un pretexto que te honre, como que tu intelecto me sobrepasaba. No diré que me aterrorizó tu forma de mirarme, de acecharme para conseguir un beso, de tratar de hurgar en lo más profundo de mi mente y de mi alma en menos de dos meses.

Ésta será la carta de despedida. Me gustaría más bien enviar un correo por esa puerta entreabierta, y decirte que me he dado cuenta de que nunca te quise, de que me interesas y me gusta intercambiar opiniones e ideas contigo, pero no me gusta que entres en mi intimidad. Que tú estás muy bien afuera de los muros, que te quiero cuate, tal vez amigo de libros, pero nunca amigo íntimo, menos aún pareja. Que si aceptas eso, me encantaría seguir tomando cafés y platicando de literatura y de música y de política y esas otras cosas que no son vulnerantes.

No lo haré, porque sé que no aceptarías, y me expongo a enredarme de nuevo, a estar demasiado cerca de la llama otra vez. Te sacrifiqué una tarde. No más. Y ahora invierto estos minutos en escribir algo que me explique a mí misma por qué no enviar el correo que he tenido en mente las últimas semanas. Eso será todo, por primera vez una historia tendrá cierre... Y será la tuya. Qué conveniente.

29.8.06

Endocardia.

Todos dicen que debiera sentir algo por ti.

Siento curiosidad, ternura, simpatía instantánea.

Me asombran tus palabras.

Me haces reír muchísimo.

Pero empiezo a sospechar que, tal como lo temía, necesito hacer una endocardia: el corazón está muerto en lo más profundo.

15.8.06

Sin lagrimas.

Ella ya no tiene lágrimas que llorar. Sabe que su amor ya no es como al principio, y tiembla cuando piensa en él pero ya no sabe si es de rabia o de deseo.

Él puede pasar días sin llamar, sin escribir, sin ponerse en contacto con una ella que, quiera o no, está pensando en él toda la vida. El síndrome de abstinencia es más severo que la certeza sin palabras de que esto está muerto desde hace tiempo, de que mientras más lo intentan y el tiempo pasa, menos felices son.

Y sin embargo, lejos de él tampoco es feliz, aunque a esa infelicidad ya está habituada. La infelicidad de estar sin él, no importa qué tanto se repita, siempre es distinta. Esa certeza de que él no piensa en ella, de que él está con otra (aunque él no esté con otra y probablemente piense en ella). La terrible sensación de que él ha dejado de ser su hombre, porque ella ya no es la mujer que él conoció la primera vez que se tocaron.

Cuando se tocan. Ese es el momento crucial de todo. Ahí es cuando ella sabe que él sigue y seguirá siendo de ella, que ella inevitablemente tiene algo de él que la llama, una zona que sólo se integra con él. Una emulsión de almas, agua y aceite, cuando se mezclan se transforman en algo que va mucho más allá de la necesidad de abrazarse y follarse y estar cerca.

Ella ya no tiene lágrimas y sin embargo sigue llorando. Usa las mismas tres gotas gastadas, que resbalan por sus mejillas pese al esfuerzo por contenerlas, aunque sepa que no hay motivos, ni fuerza, ni razones poderosas. Esas tres lágrimas son las que mantienen la esperanza viva, aunque oscura, aunque doliente, aunque cada vez más agotada. Mientras siga llorando, piensa, quiere decir que aún puede sentir algo por él, y eso mantiene sus piezas unidas todavía.

4.8.06

Despedida con auto de fe.

Creí que dolerías más cuando te marcharas.

Creí que el día en el que tu avión pusiera un oceáno de distancia física entre tú y yo, me iba a deprimir.

Creí que renunciar a ti me costaría trabajo.

Creí que habías quedado bajo de mi piel.

Creí que me haría falta recibir mensajes tres veces al día, chatear contigo, escucharte en el teléfono diciendo "hola" con esa voz tan suave, tan enternecedora.



Luego me di cuenta. No recuerdo tus labios. Haber llorado hasta sanarme el viernes por la noche ayudó a que el martes no sintiera ni frío ni calor. El oceáno de distancia física no es nada, antes de él hubo ya un continente entero de distancias emocionales que nos esforzamos en crear con tus fantasmas.

Tengo nostalgia de lluvias y nublados, no nostalgia de ti.



Hoy creo que estoy bien, creo que soy libre de tu fantasma.

Creo que te iré olvidando poco a poco, pero más rápido de lo que creía.

Creo que serás alguien que estuvo aquí, pero que ya pasó.

Creo que estaré lista antes de lo que pensé.

Creo que ya sobreviví a tu ausencia, sólo porque llevabas mucho tiempo ausente antes de irte.

Adiós.