Cosas fragiles
"Noto que algo se rompió entre los dos. Y no fue de aquí para allá, de eso estoy seguro, pero creo que tenemos que hablarlo".
Me gusta la navidad. Amo poner el árbol, en noviembre recuerdo haber corrido como loca para comprarlo, junto con dos cajas maravillosas de esferas: plateadas y moradas, como una de esas cosas que no podían faltar en mi casa nueva en este primer diciembre independiente. Y decir esto a mitad de mayo podrá parecer ridículo.
Las esferas que compré para mi árbol fueron de plástico. Parte por un poco común recuerdo de la infancia (el árbol de navidad de casa de mis abuelos, decorado con aquellas esferas plásticas, las más hermosas que había visto), pero también porque no soporto ver que una esfera navideña se rompa.
Son delicadísimas... son tan tenues... son tan frágiles... cuando las tocas por primera vez son frías. Y al contacto con la mano se vuelven extrañamente tibias. Se diría que el cristal se transforma de pronto en algo que se siente casi tan suave como la piel, pero al mismo tiempo es rígido. Y sabes (porque algo dentro de ti te lo dice desde la primera vez en que posas tu dedo en uno de esos objetos redondos y brillantes, de colores inimaginables) que esa rigidez es sólo un engaño, porque finalmente no hay cosa más frágil que una esfera de cristal.
Y es que se me han llegado a romper en las manos al colocarlas. O les basta un roce, una caída, para hacerse añicos.
No hay nada que hacer por ellas. Simplemente se quiebran. Y esa esfera se transforma en basura brillante y un poco punzocortante.
Las ilusiones son esferas (algunas de jabón, sin rastro, otras de cristal). La mía se rompió cuando escuché "tenemos que hablar" directo de tu boca. Cuando pese a la decisión de decir lo que hiciera falta en persona finalmente se escapó un "Lo siento, no puedo" de entre tus dientes. No me preguntes que se rompió. Deberías de saberlo. Si no lo sabes... ya no me sorprendería.
Cuando leí eso escrito por ti, en ese rincón bohemio intelectual del ciberespacio, algo que podía haber estado en la página de cualquier otra niña, pero no de la mujer más mujer que conozco... no sé. Te me caíste del pedestal en el que estabas. Así.
Todos mis amigos entendieron que era un chiste a mis costillas (tal vez un poco a las tuyas, y un tanto más a algunos otros que han pasado por aquí). Tú no.
Yo te lo advertí: soy muchos personajes, un comité entero dentro de mí. No soy sólo lo que lees en esos textos. Por eso existen tantas páginas, alguna con mis ojos, otra con mi corazón, otra con mi intestino... A veces se cruzan. Pero todas soy yo y al mismo tiempo ninguna es totalmente yo. Es más, cuando te conocí, te pedí expresamente que no te quedaras con una sola yo... quería que tú, entre todos, conociera todas mis caras y mis aristas.
No estás hecho para comprender todas mis piezas. De hecho, no te interesa siquiera tocar algunas de ellas. Te interesa cómo te trato, qué te digo, cómo escribo. Para ti soy solamente ese personaje, ese punto de vista.
Mis amigos, los reales, lo comprenden. O al menos lo intentan. Pero tú no quieres ni acercarte.
No pretendo ser ninguna bohemia intelectual. Soy lo que soy. Digo cosas como "nel", "¿te cae?", "chido", "chale" y groserías. No juego a la princesa burguesa, tampoco a la hippie intelectual ambientalista, o peor, a la intelectual condechi poser. Me molestan las etiquetas. Me molestan más los pedestales.
Dejaré que Alanis responda a eso en una estrofa:
I don't want to be the glue that holds your pieces together
I don't want to be your idol
See this pedestal is high and I'm afraid of heights
I don't want to be lived through
A vicarious occasion
Please open the window
Eso explica por qué nunca has leído esta página. Por qué sólo existo para ti en ese microuniverso que según tú es el real, en donde una fotografía al día te da las respuestas sobre el mundo.
Tu pedestal es más frágil que mis ilusiones...
Me gusta la navidad. Amo poner el árbol, en noviembre recuerdo haber corrido como loca para comprarlo, junto con dos cajas maravillosas de esferas: plateadas y moradas, como una de esas cosas que no podían faltar en mi casa nueva en este primer diciembre independiente. Y decir esto a mitad de mayo podrá parecer ridículo.
Las esferas que compré para mi árbol fueron de plástico. Parte por un poco común recuerdo de la infancia (el árbol de navidad de casa de mis abuelos, decorado con aquellas esferas plásticas, las más hermosas que había visto), pero también porque no soporto ver que una esfera navideña se rompa.
Son delicadísimas... son tan tenues... son tan frágiles... cuando las tocas por primera vez son frías. Y al contacto con la mano se vuelven extrañamente tibias. Se diría que el cristal se transforma de pronto en algo que se siente casi tan suave como la piel, pero al mismo tiempo es rígido. Y sabes (porque algo dentro de ti te lo dice desde la primera vez en que posas tu dedo en uno de esos objetos redondos y brillantes, de colores inimaginables) que esa rigidez es sólo un engaño, porque finalmente no hay cosa más frágil que una esfera de cristal.
Y es que se me han llegado a romper en las manos al colocarlas. O les basta un roce, una caída, para hacerse añicos.
No hay nada que hacer por ellas. Simplemente se quiebran. Y esa esfera se transforma en basura brillante y un poco punzocortante.
Las ilusiones son esferas (algunas de jabón, sin rastro, otras de cristal). La mía se rompió cuando escuché "tenemos que hablar" directo de tu boca. Cuando pese a la decisión de decir lo que hiciera falta en persona finalmente se escapó un "Lo siento, no puedo" de entre tus dientes. No me preguntes que se rompió. Deberías de saberlo. Si no lo sabes... ya no me sorprendería.
Cuando leí eso escrito por ti, en ese rincón bohemio intelectual del ciberespacio, algo que podía haber estado en la página de cualquier otra niña, pero no de la mujer más mujer que conozco... no sé. Te me caíste del pedestal en el que estabas. Así.
Todos mis amigos entendieron que era un chiste a mis costillas (tal vez un poco a las tuyas, y un tanto más a algunos otros que han pasado por aquí). Tú no.
Yo te lo advertí: soy muchos personajes, un comité entero dentro de mí. No soy sólo lo que lees en esos textos. Por eso existen tantas páginas, alguna con mis ojos, otra con mi corazón, otra con mi intestino... A veces se cruzan. Pero todas soy yo y al mismo tiempo ninguna es totalmente yo. Es más, cuando te conocí, te pedí expresamente que no te quedaras con una sola yo... quería que tú, entre todos, conociera todas mis caras y mis aristas.
No estás hecho para comprender todas mis piezas. De hecho, no te interesa siquiera tocar algunas de ellas. Te interesa cómo te trato, qué te digo, cómo escribo. Para ti soy solamente ese personaje, ese punto de vista.
Mis amigos, los reales, lo comprenden. O al menos lo intentan. Pero tú no quieres ni acercarte.
No pretendo ser ninguna bohemia intelectual. Soy lo que soy. Digo cosas como "nel", "¿te cae?", "chido", "chale" y groserías. No juego a la princesa burguesa, tampoco a la hippie intelectual ambientalista, o peor, a la intelectual condechi poser. Me molestan las etiquetas. Me molestan más los pedestales.
Dejaré que Alanis responda a eso en una estrofa:
I don't want to be the glue that holds your pieces together
I don't want to be your idol
See this pedestal is high and I'm afraid of heights
I don't want to be lived through
A vicarious occasion
Please open the window
Eso explica por qué nunca has leído esta página. Por qué sólo existo para ti en ese microuniverso que según tú es el real, en donde una fotografía al día te da las respuestas sobre el mundo.
Tu pedestal es más frágil que mis ilusiones...