Aquí estamos. Uno frente a otro, mirando las cicatrices con las que estamos cubiertos. Ya nadie es puro, pero hasta ahora nos avergonzaba saber que nosotros no lo éramos. De pronto tu mano tocando mi cuerpo, mi corazón cruzado de rasguños. Tiemblo. Ya no acostumbro sentir nada, y sin embargo a ti te siento respirar hasta sin verte. Estiro mi brazo lentamente hasta alcanzar tu mejilla curtida. La superficie irregular, nuestros destinos que se cruzan. Las defensas se derrumban lentamente, las siento caer. Y si los diques ceden y si el llanto nos inunda y las emociones me abandonan y de pronto ya no siento nada o siento todo o me hace falta tu presencia de nuevo cada noche hasta acabar mi mundo… Es demasiado concebir. Tan sólo sé que hoy me haces la misma falta que me hiciste siempre, aún desde antes de conocerte. Tan sólo puedo escuchar como las murallas ceden y se ablandan, y el torrente que hay dentro de mi me lleva hasta donde te encuentras. 30 centímetros que son toda una vida de inseguridad y miedos, de heridas inflingidas hace tanto tiempo que ya no quisiera recordarlas. Y aquí estamos, los dos sobrevivientes de batallas eternas, los dos escapando de nosotros mismos y hacia el centro, siempre. Y aquí estamos.
Mi estimado Serch: si no has visto esa película, persíguela antes de que la quiten de cartelera. Seguro que te conmoverá profundamente...