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Vespertina Star

30.1.08

Fantasmagoría

A veces me imagino nuestro improbable reencuentro. Esta yo que soy ahora se sienta esperando lo mismo de siempre —la nada, la vida, serendipia, esa serie de probabilidades que generan mi vida usual— y al sacar la nariz de su obsesión en turno se topa de frente contigo. Un ataque de la inevitabilidad, sin escape posible, sin indiferencias que fingir. El gesto que siempre nos traicionó, que nos seguirá traicionando mientras la vida siga: tu ceja derecha levantándose, el brillo en la mirada que veía una y otra vez al topar los ojos. Mi mueca, el estremecimiento del que siempre podré culpar al aire acondicionado.

Una sonrisa de lado. No mucho más. Tu entusiasmo, inocente como siempre, como el que muestra un niño que ha quemado una hilera de hormigas por primera vez y ya sabe qué se siente ver morir a algo por sus manos, y que siente en sí la necesidad de hacerlo de nuevo. Mi capacidad para mantener la calma aunque por dentro, seguramente, seguiría habiendo esa tormenta de viento y nieve. De pronto las cenizas de aquella que fui alguna vez intentarían reagruparse, maldito instinto de autodestrucción. Mi piel empezaría a volverse hoja que cae, página que se deshace entre los dedos.

Seguramente, tu abrazo. Un círculo que uniría mi pasado con mi presente por primera vez. Después, charla banal. Una vez más, yo tratando de demostrarte algo, no sé bien qué. Tal vez que puedo vivir muy bien sin ti, que esa enfermedad que fue amarte ya me ha generado inmunidad permanente. Que ahora mi vida es mejor, distinta a lo que pudiera haber sido de seguirte esperando. Tú me volverías a ver como a distancia, mi cuerpo frágil tan lejos que te sigue pareciendo el mismo que tuviste al alcance de tu mano, sin tener idea de que un soplido bastaría para tirar el espectacular que anuncia mi seguridad.

Intercambiar datos. Si todavía me mantengo en pie, si no soy sólo la desnuda estructura que supongo que sería, podría atreverme a decirte: "preferiría que no" y daría la vuelta. Recogería mis cosas torpemente, tal vez apuraría un café —podría pasar que lo olvidara, apresurada— y desaparecería de nuevo de tu vida. Tú no comprenderías, como el niño que después de arrancar las alas de un insecto no comprende bien por qué se muere. Es creíble que te diera gusto verme, que te sintieras algo triste por mi actitud de Bartleby en activo. Después, regresarías a la estúpida historia que te cuentas a ti mismo para justificar mi desaparición. No sé cual sea. Prefiero no enterarme. Agradeceré que esta ciudad enorme nos haya tragado a los dos, para que nuestras probabilidades se transformen, poco a poco, en imposibilidades. NO me queda más de ti.