(Historia de un enamoramiento y una ruptura, a varias voces internas)
Dice Dragonejo: Pasé mes y medio colgada de su brazo, radiante, ensimismada, segura de mí misma, dispuesta a mucho (que no a todo).
Si le preguntamos a mi yo hiper-racional y vigilante, Panóptico, dirá que siempre supo que no estábamos destinados a durar: demasiado diferentes, muy recién transformados, otra vez esa dinámica en donde él viene de un entorno bien diferente al mío y me mira como si él no fuera un animal mitológico. Lo que pasa ahora es, apenas, lo que me merezco por ser una relación de rebote, un rebound. Que me merezco el dolor, el silencio, haber sido extirpada de su vida y perder mi magia para siempre por no darle lo que él quería, cuándo y cómo él quería. Que fui yo la primera en saltar por la proa, y luego querer un salvavidas.
Si le preguntamos al Observador, el guardián de mi cordura, me dirá que al contrario: que hubo un momento en el que realmente estuvimos into each other. Que esas semanas de primeras salidas, de conversaciones largas y creativas, de "sí" que ocurrían sin pensarlo demasiado (sí, vamos por café; sí, vamos a comer ramen; sí, pasemos toda la tarde en el sofá tomándonos las manos y los brazos y las piernas y los labios; sí, it is happening; sí, vamos a un concierto, a un estreno de cine, pasemos Año Nuevo juntos, vamos a la boda de tus amigos), de complicidades en común, llamadas telefónicas largas (diosas, ¡cómo extrañaba las conversaciones largas con alguien que además me dijera "te amo"!) contaban una historia con posibilidades y deseos. Que ensamblar muebles como último placer físico y mental compartido no fue una mala cosa. Que cuando compartimos cama por primera vez, había un acuerdo mutuo que nos hacía desear que esas horas no terminaran. Que cuando me dio serenata en mi cumpleaños no solo mis ojos brillaban. Que cuando compartimos cama por última vez, las dos horas de conversación y carcajadas no las inventé solo yo.
Si le preguntamos a Deseante, esa parte de mí que no siempre está viva y que desde hace semanas no logro silenciar, dirá que nuestros cuerpos se encontraban con muchísima más facilidad que cualquier otro de los cuerpos con los que nos hemos encontrado en 15 años (con la excepción mágica y maravillosa de La Poeta). Que su piel y mi piel hablaban el mismo lenguaje, y que era tan simple perdernos en el otro por horas... Que esa sensación de ser su Diosa Dragón, de sus labios besando mi muslo izquierdo después de desayunar, la seguridad que había en sentirme acunada por sus brazos y en dormir abrazándolo por la espalda son cosas que tengo miedo de no volver a sentir nunca. Que extraño los lunares que reclamé como míos (especialmente el de el dedo, esa falange larga, ese lunar minúsculo), sus hombros, sus cicatrices, hasta las cosas de su físico que nunca me encantaron. Que regalaría meses de vida con tal de volver a pasar fines de semana enteros encerrados en una habitación, sin pararnos de la cama, sin hambre, sin sueño, sexo con risas y caricias y masajes y abrazos al desnudo, garras y alas, escamas y plumas.
Si Observador vuelve a tomar la palabra, dirá que esas nostalgias son inevitables. Que las sentíamos desde que, al pasar mes y medio, él dejó de tener el "sí" tan fácil. Que se volvió más retraído y silencioso. Que de pronto ya no tenía tantas ganas o energía para verme. Que se hizo fácil pasar los fines de semana aparte, no hablar entre semana, dejar de recibir mensajes. Que el cuerpo empezó a doler también (al principio simbólicamente, de manera casi coincidente con el dolor real) y que la piel se estremecía al imaginarlo pero que luego no encontraba cómo afrontar su ausencia. Que era notorio que él ya estaba cada vez más lejos. Y que por eso fue que, después de mucho darle vueltas, decidió decirle por mensaje de voz lo que no teníamos para cuándo decirle en persona.
Ahora toma la palabra La Niña. No para de llorar. Dice que intentó decirlo de manera ordenada, que trató en todo momento de ser racional, consciente, encantadora, responsable de sí misma, comprensiva... Pero que en el maldito momento de empezar a grabar ya no se pudo controlar, y la ansiedad corrió, y no estaba muy segura de haber dicho lo que quería decirle. Y que empezó a sentirse mal cuando él respondió. Y que entonces, lo único que podía calmarla era escribir, y entonces invirtió un día entero en escribir una carta, para asegurarse de que todo lo que tenía por decir estaba claro. Que siempre hace eso: escribir para asegurarse de que los demás pueden ver con claridad su versión de la claridad, porque verba volant, scripta manent. La Niña aprendió latinajos hace 30 años y todavía los usa con soltura, aunque le dé vergüenza y le de miedo que la traten de snob. También sabe de dónde viene la palabra snob.
Y Tripulante (una parte relativamente reciente, sorpresivamente vocal, inesperadamente femenina) le acaricia los cabellos y le acerca un pañuelo desechable, y le dice que sí, que por eso ella se aseguró de entregar esa carta, devolver la sudadera, y entregar los dulces que La Niña ya tenía apartados para él. Fue el día de la primera cita médica, de las que le cambiarían la vida. Y también trata de explicarle que no hizo nada mal, que él ya admitió que no le dolió tanto (porque el dolor de su ex todavía es protagónico en su vida, a diferencia de la de Dragonejo), al contrario, sintió alivio de que la historia del Dragonejo y el GansoLobo hubiera llegado a su fin.
"¡Era una pausa!" llora, de nuevo, La Niña.
Tripulante tiene que secarle de nuevo la carita empapada, mientras le dice que sí, que ella intentó ir y explicarlo. Que en uno de esos días llenos de dolor físico y cansancio mental, le pidió al GansoLobo que apareciera: lo invocó. Porque sabía que La Niña lo necesitaba, Deseante anhelaba reconciliarse con el vehículo de placer que había sido este cuerpo que ahora era partes rotas, Panóptico estaba agotado de tratar de mantener en marcha la vida laboral y personal mientras que el cuerpo que habitaban no paraba de gritar. Y Tripulante sabía lo que quería: quería, con toda su alma, no seguir atravesando eso, que parecía el infierno pero no lo era, en soledad. Quería darle una alegría (nimia o no) a Dragonejo. Todas sus partes parecían estar en acuerdo de que la magia del GansoLobo podría lograrlo.
Vuelve a hablar Dragonejo: no pasó. Nuestros cuerpos estaban ahí, y Deseante deseaba, y La Niña miraba ilusionada y se acurrucaba en sus brazos, y por esa noche, agotado, Panóptico durmió. El Observador y Tripulante velaban. El Observador escuchó como llamaron "astuta" a Tripulante, aparentemente, por saber muy bien lo que quería. Anotó en secreto la implicación negativa de la palabra. Tripulante estuvo ahí para dialogar, disfrutar el momento, sentirse aliviada de ser y estar en ella misma, y mirarse a través de los ojos del GansoLobo. Él, de momento, estaba ahí, pero también respondió con un "veremos" a la solución de compromiso que Tripulante llevaba preparada. Mi cuerpo dolía como si las orillas estuvieran afiladas, así que Deseante tuvo que retirarse a seguir mordiéndose los labios y las ganas. Y en vez de descansar, me desvelé. Y en vez de recibir una respuesta, salí con cuatrocientas fotografías y mil preguntas.
Habla El Destino: yo no existo. Igual les hice encontrarse una semana después. Dragonejo vio a quien fuera GansoLobo en las noches de luna, primero de lejos, en medio de una multitud, y Deseante y La Niña fueron hacia él como un imán al hierro, y Tripulante las dejó decidir, en busca de respuestas. Aparentemente, ya no quedaba nada del último esfuerzo mágico hecho la última vez. La invocación no volvería a funcionar jamás. No quedaba suficiente energía en Dragonejo, no había ya ni un dejo de lo que hubo alguna vez en quien ahora solo era un Ganso, que miraba a nuestro animal mitológico, imposible, con infinita piedad y sin gota de reconocimiento.
Cierra Tripulante: habría querido ser fuerte y no llamarle más, pero el cuerpo de Dragonejo colapsaba. La Niña, llorando siempre, dijo que el GansoLobo juró estar ahí siempre, siempre, para ellas. Y aunque yo sabía que eso ya tenía más de mito que de verdad, la necesidad de la poción hizo que tuviéramos que probar si eso era cierto, si algo en la memoria del Ganso funcionaba. Y funcionó, como un último recuerdo vago, como el canto de cisne del corazón de un Ganso que en un momento supo ser un Lobo y luego encontró la cura para dejar de serlo. No lo hizo ni por amor ni por nostalgia: lo hizo porque era lo correcto. Y desapareció de nuevo entre las sombras.