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Vespertina Star

13.6.04

Tengo frío.

(Este es otro texto viejo, más bien de noviembre del año pasado. Esto explica en parte muchas historias que ya han aparecido en el blog, y cómo fue que decidí borrar del mapa al Pozo... Bueno, la verdad no explica nada, pero deja sentir mucho, según yo)

Tengo frío. Ni siquiera está nublado, caray. Lo bueno es que hay un sweater esperando por mí sobre la silla, el mismo que ocupé hace un par de días. Lo acerco a mi rostro, percibo el olor del perfume que utilicé por primera vez en meses a la altura del cuello justo cuando busco por donde meter la cabeza.

No me puse el perfume por ello, pero coincidió con tu sorpresivo regreso. Apareciste de la nada ante mi puerta, con esa amigable sonrisa que no estuvo nunca y que necesité tantas veces en el último trimestre, justo al final del día. “Déjame secuestrarte -dijiste- vamos por un café, a cenar, lo que quieras”. Y aunque acababa de cenar, salimos.

Y durante la cena hablaste de lo poco que has hecho, te conté de mis últimos meses de locura, de mi trabajo, de cómo he llenado tu vacío con otros amigos, otras lecturas, otros planes. Voy recordando todo mientras volteo el sweater al derecho: tu cara, mis manos volando al contar –mitad con emoción, mitad con reserva- mi alocada vida. Como tus ojos poco a poco se fueron cubriendo con esa niebla gris que los ocupa cuando algo te tiene angustiado, cuando tu intuición se activa.

“Te estás volviendo un cometa tú también”, fue tu extraño diagnóstico. Esa frase llegó poco después de que me dijeras que algo raro sentías esta ocasión, y aunque yo pregunté inocentemente “¿Qué?” sabía que lo que tú notabas era esa distancia emocional que ahora era como estar mil kilómetros a tu ribera.

Por fin encontré la entrada y la salida de este sweater. Y justo cuando entro en él, aspiro en su abdomen el aroma de ti, de ese último abrazo de despedida, de esa salida en falso de mi vida, de tu sonrisa a medias mientras afirmabas: “Mejor no te doy lo que te tenía que dar. Así al menos puedo estar seguro de que nos veremos otra vez”. Y estuve a punto de empezar a llorar como una chiquilla, por todo aquello que nunca pasó. Pero no lloro.